Navegué por más de cien
mares, me perdí entre el sedoso velo de la luna, arrullé en versos la sonrisa
de ángeles taciturnos y me batí a duelo entre las brumosas calles de Venecia en
siglos pasados. Y desgarro con un grito el cielo, esgrimo la pluma con altiva
semblanza, sin más parangón que las andanzas de un caballero que busca el
consuelo bajo las ricas palabras que el firmamento lanza.
¡Oh bella poesía, oh
canción encantada! Muéstrame el camino,
la senda que hacia la gloria escapa,
aquel paraje cuyo suelo son caducas hojas de un otoño que ya pasa. Y cuando las estrellas brotan mi voz se apaga,
tornando en suspiro el reflejo de mi tez dorada, bajo luceros que florecen de
viejas velas adormiladas.
Y finalizo con una idea
que desprende hilos de luz al alma. Creatividad de lúcida apariencia que bajo
tu máscara guardas el bravío himno libertario de la conciencia humana, jamás te
desvanezcas, sé dueña de los vidriados ojos que ahora te enmarcan, abraza los
sueños, enamora el alba.