domingo, 5 de febrero de 2012

Sin quererlo, quiero.


Quisiera escribir por desahogo, por torcer los renglones dados, por pulsar teclas funestas, que sólo suenan en noches en vela. Sería de excelente condición perderme en los brazos de una gélida estatua marmórea, de aquellas que custodian catedrales, desde cuyos portones se cuelan hojas muertas. No quisiera desdibujar la estrategia, cortar los hilos que nos sustentan, decolorar el gris de viejos trajes que fluyen sin memoria por las aceras. Recordad que sobre el tablero somos peones de distancia corta, cuyos pasos menguan con los años hasta que entramos en esos nichos que flirtean con los cipreses del ocaso.

No quisiera molestar, sin embargo, he de hacerlo. Los años no es sinónimo de acomodamiento bajo mi entendimiento, pues la experiencia ganada es valor de escudero que se guarda de los flechazos de la vida. Deseo cortar aquellas cuerdas de acero que nos sujetan en lo “correcto”, crear más de mil márgenes sobre los diarios viejos, rugir contra el viento a costa de poemas que prodigan la realidad de los sueños, mecer entre mis brazos nuevas fuentes de conocimiento, desatender lo establecido, ser capitán pirata en el mar del olvido y recobrar al mundo el sentido que enterró en su suicidio.