Quisiera escribir por desahogo, por torcer los renglones
dados, por pulsar teclas funestas, que sólo suenan en noches en vela. Sería de
excelente condición perderme en los brazos de una gélida estatua marmórea, de
aquellas que custodian catedrales, desde cuyos portones se cuelan hojas
muertas. No quisiera desdibujar la estrategia, cortar los hilos que nos
sustentan, decolorar el gris de viejos trajes que fluyen sin memoria por las
aceras. Recordad que sobre el tablero somos peones de distancia corta, cuyos
pasos menguan con los años hasta que entramos en esos nichos que flirtean con
los cipreses del ocaso.
No quisiera molestar, sin embargo, he de hacerlo. Los años
no es sinónimo de acomodamiento bajo mi entendimiento, pues la experiencia
ganada es valor de escudero que se guarda de los flechazos de la vida. Deseo
cortar aquellas cuerdas de acero que nos sujetan en lo “correcto”, crear más de
mil márgenes sobre los diarios viejos, rugir contra el viento a costa de poemas
que prodigan la realidad de los sueños, mecer entre mis brazos nuevas fuentes
de conocimiento, desatender lo establecido, ser capitán pirata en el mar del
olvido y recobrar al mundo el sentido que enterró en su suicidio.