Hoy la tarde se vistió de sepia para despedir de forma
tardía un verano que se antojó demasiado largo. Ya cano, con un bastón se aleja
para dar paso al otoño, somnoliento debido al letargo que adornó sus cabellos
de hojas caducas, entre esas sábanas grises del Madrid mortecino. Aún hoy, el sol daba pinceladas de calor entre
las gentes que sentadas en las terrazas de los bares apuraban la amargura del
café o la cerveza a grandes sorbos, pensando en la incertidumbre de lo cierto,
en los titulares de periódicos manchados, arrugados tras su vaga lectura.
Vistas desde un rincón de Majadahonda |
Y al compás del tempo los minutos se mueven, sin tener en
consideración la crisis que encuadra el presente, pues para Cronos todo sigue
igual, un ciclo más, pues las vidas pasan y las víctimas son una de las
consecuencias que las parcas gustosamente cortan sin suspiro final. Siempre fue
así, siempre hubo finales, siempre todo acababa y siempre el hombre resurgía de
las crisis existenciales que marcan los ritmos de su Historia.
Por unos instantes la mente se evade del tablero y contempla
un horizonte dorado, dejándose llevar. Ya no hay crisis, no hay dolor ni tristeza, sólo los últimos
suspiros de un verano que se antojó demasiado largo. Y al volver la vista sobre
la mesa, las piezas han recuperado su posición de inicio, dando paso a una
nueva partida, dejando la anterior registrada en los libros de Historia.